Juan Bonilla Reinventa a Matilde Urbach y Logra Colarse en Obras Completas de Borges
[Película "El Hombre de la Esquina Rosada" 1962]
Han pasado
ya tres años desde que conociera el artículo del escritor Juan Bonilla y lo publicara
en este blog, acerca de la procedencia de la enigmática Matilde Urbach, en el celebrado dístico “Le Regret d’Héraclite" de Borges, o más estrictamente de Gaspar Camerarius: “Yo, que tantos
hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía, Matilde
Urbach”. Ahora resulta que hemos contribuido a difundir un divertimento
de Bonilla, que ya trasciende como verdad legitimada por el editor
a cargo de las Obras Completas de Borges de Emece, el profesor Rolando Costa Picazo.
“ Que la
historia hubiera copiado a la historia
ya era
suficientemente pasmoso;
que la
historia copie a la literatura es inconcebible...”.
Es la conjurada intervención
temporal del señor de Tlön
con posdatas que instauran objetos
[como en la monografía de Menard]
pero no solamente destinados a las necesidades poéticas.
con posdatas que instauran objetos
[como en la monografía de Menard]
pero no solamente destinados a las necesidades poéticas.
A. M. R.
-Sales en
las Obras Completas de Borges-, me dice un amigo, y a bote
pronto me parece una broma, pero resulta que no, o sea, resulta que sí, que
salgo, en una nota a pie de página a Le Regret de Heraclite.
Uf, digo, va siendo hora de dar explicaciones.
Hace un
montón de años, cuando yo era un indocumentado y creía que Borges era
lo único que le había sucedido al Universo después del Big Bang, se me
ocurrió la gracia de buscarle bibliografía a Matilde Urbach, protagonista de un
famoso dístico de Borges que dice:
Yo, que
tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel
en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
No es que me
impidiera dormir no tener idea de dónde se sacó Borges a ese personaje, pero me
picaba la curiosidad, y para no tener que rascarme, decidí inventarme una
procedencia, como si yo fuera un investigador en la cosa Borges. Se me ocurrió
leyendo las reseñas que Borges escribió para la revista El Hogar recopiladas
en un tomo publicado por Tusquets. Allí había una reseña sobre una novela
titulada Man with four lives de William Joyce Cowen. Borges
contaba el argumento de la novela y desestimaba su pobre solución después de
haber sabido mantener el vértigo de un enigmático personaje que era asesinado
una y otra vez por el mismo capitán inglés. Me dije: de aquí sacó a Matilde
Urbach. Y ya está. Escribí un artículo , me inventé que Bioy Casares me
había dado la pista, que Javier Marías me consiguió la novela de Joyce Cowen,
que la protagonista de la novela era Matilde Urbach, que el hombre de las
cuatro vidas -que en realidad eran cuatro gemelos- era el que en algún momento
de la novela, al partir a la batalla, decía: "Yo que sólo he sido un
hombre, puedo enorgullecerme de ser al menos el hombre en cuyos brazos
desfallecía Matilde Urbach". La gracia es que el hombre que decía
eso no sabía que no era el único, pues sus otros tres hermanos también creían
ser el único en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach. Y sanseacabó. El
artículo recibió palmaditas en la espalda, lo recogí luego en un libro, se
multiplicó en páginas de internet poco a poco, hasta llegar a colarse ahora
como referencia en las Obras Completas de Borges, donde una
nota al pie de la página donde está el poema de Borges, informa de la
procedencia del nombre de Matilde Urbach utilizando mi artículo/cuento.
Cuando se
presentó esa edición, a cargo de Rolando Costa, el diario Claríndestacaba
que por fin se revelaban algunos secretos de la obra de Borges, y por poner un
ejemplo, escribían: "un recurso que Borges usaba mucho era inventar
escritores. Y atribuirles escritos. Es el caso de Gaspar Camerarius, a quien le
atribuye estos versos: 'Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca/ Aquel
en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach'. Hubo biógrafos que especularon con
que Matilde era un amor del escritor, una pasión desbordante. Pues no,
era un juego de Borges: se trababa apenas del personaje de un libro casi
desconocido que reseñó alguna vez." En fin.
También,
claro, mi hallazgo, mi invención, mi chiste, sirvió para que algunos listos
listísimos de los que pululan por la República de las Letras, donde se creen
auténticos monarcas, hicieran pasar el descubrimiento como si fuera
suyo, lo que no deja de ser enternecedor. Y más aún, para que otros,
borgianos de verdad de la buena, no como yo, que sólo era borgiano epidérmico,
usaran de trampolín el descubrimiento para llevarlo más lejos, a un precipicio
de pedantería que hubiera hecho sonreír a Borges y a mí me hace partirme de la
risa. Por ejemplo, el novelista Juan Francisco Ferré, en su
blog La vuelta al mundo, escribe (lamento interrumpir su discursito
con comentarios puestos entre
corchetes):
Los
borgianos epidérmicos -es decir, los borgianos profesionales, esos que exhiben
en público su presunta condición de legatarios creativos del maestro sin poseer
otro título para ello que un conocimiento superficial de su obra- se han
desgarrado y desgastado las neuronas [no será tanto, hombre, Ferré, desgarros
ninguno] buscando el sentido y la fuente del poema. Sus hallazgos
han sido siempre triviales. [Y a pesar de la triviliadidad de esos
hallazgos, Ferré los va a utilizar enseguida, o mejor dicho, sólo va a utilizar
un hallazgo, el mío]. Por supuesto [claro, cómo no, por
supuestísimo] que Borges estaría ajustando las cuentas con
humor incomparable[gracias por lo que me toca en eso de
incomparable] a una novela menor -'Man with four Lives' de Joyce
Cowen- que considera fallida [y esto Ferré, ¿cómo lo sabe? ¿cómo sabe que
ajusta cuentas con la novela de Joyce Cowen? ¿Lo ha descubierto él solito o se
habrá servido de algún hallazgo epidérmico, al que naturalmente no cita porque
pa' qué?] . Y que la anécdota amorosa, algo perversa, de una mujer alemana
-la epónima Matilde Urbach- [ah, vaya, Ferré ha leído la novela de Cowen,
menos mal, ha visto y comprobado que la protagonista se llama Matilde Urbach,
qué bien, qué riguroso] que habría podido amar a cuatro hombres
distintos bajo la misma apariencia, creyéndolos el mismo hombre en ocasiones
sucesivas, no podía sino fascinar al Borges más travieso y juguetón, a pesar de
suponer una alambicada alegoría del impersonal amor a la patria en tiempos de
guerra y el cruento sacrificio de cuerpos viriles a ese generoso amor germánico.
Pero no menos importante para Borges [por supuestísimo otra vez] ,como
lector decepcionado del artefacto de Cowen, es el uso de la fingida pluralidad
de los personajes y la irrisoria reiteración de las circunstancias como excusa
para gastar una broma filosófica de alcance certero en contra de las
concepciones clásicas del tiempo, la linealidad del arte narrativo y, en suma,
de la literatura de ficción como correlato de las versiones más adocenadas de
la realidad. La verdadera originalidad de 'Le Regret d´Héraclite' [la
verdadera y única, cabría decir, como formulada por Ferré que es] se cifra
en su postulación de una cesura o hiato [¡cesura o hiato, date
'cuen!'] entre el yo trascendental y el yo contingente del
sujeto [todos somos contingentes, sólo tú eres trascendental] tal y
como Paul de Man dilucida la cuestión, en su impagable análisis de los
mecanismos de la ironía, a partir de la novela Lucinda de Friedrich Schlegel.
Si se lee la microficción poética de Borges después de esta reflexión de De Man [a
ver, un momento, espera, voy a leerla] ya no quedarán
dudas sobre el designio del primero en el momento de concebirla.[ Uy, no
sé, todavía me quedan dudas, dudas epidérmicas, claro] .
La primera
pregunta que se me ocurre es: ¿cómo tanta gente se limitó a repetir lo que un
mengano decía en un libro que no tenía nada de académico y donde había igual un
cuento sobre un programa de televisión en el que la gente se disparaba en la
cabeza que una serie de invectivas contra el arte abstracto? Ni idea. ¿Cómo
nadie fue a la novela de Joyce Cowen para comprobar si lo que decía el
articulista era verdad o ficción, sobre todo después de recogerla en un libro
en cuya misma solapa ya se hablaba de la mezcla de una y otra? Entiendo que en
1996 no fuera fácil procurarse un ejemplar de la novela, (esa dificultad
precisamente era la que me permitía inventarme que Javier Marías me la había
conseguido), pero desde hace ya un montón de años cualquiera que quisiera
certificar que Matilde Urbach procedía de una novela de Joyce Cowen no tenía
más que gastarse los 15 dólares que piden en la red por un ejemplar sin
sobrecubierta . Eso es lo que he hecho yo ahora, (me he gastado cuarenta
dólares, pero es que la sobrecubierta es lo mejor de la novela y no quería
perdérmela). Me he dicho, después de que alguien, en México, me contara que una
escritora de allí me citaba como descubridor de la identidad de Matilde Urbach:
bueno, hasta aquí llegó la broma. Yo en aquella época hacía muchas
bromas de este tipo, me inventaba una cita de Somerset Maugham para justificar
el título de un libro, o le adjudicaba a San Agustín una greguería que se me
había ocurrido a mí. Cosas así. Lo de Matilde Urbach era una gracieta.
Recuerdo que José María Conget escribió un relato que me dedicó para inventarle
una nueva procedencia a Matilde Urbach. Recuerdo que José Luis García Martín,
para inventar su propia versión de quién era ese personaje, citaba mi texto y
decía: es una ficción en un libro en el que los artículos son ficciones y las
ficciones artículos. Pero a García Martín deben de leerlo menos que a mí,
porque mi texto siguió circulando como si de veras tuviera altura académica,
citable. Debe ser el único texto publicado en El Correo de Andalucía que
ha llegado a esas cimas. Recuerdo que Fernando Iwasaki siempre que me
presentaba a alguien lo hacía diciéndome: este es el hombre que se ha
inventado a Matilde Urbach. Recuerdo, en fin, que para nombrarme cónsul en
Xerez del Reino de Redonda, Javier Marías (ríe si sabes) me impuso el nombre de
"Urbach".
Confieso que
entre los días que han separado el momento de pedir la novela y el momento de
recibirla, me hice la ilusión de haber acertado a intuir que Borges sacó de
verdad de esa novela a Matilde Urbach. Es decir, me decía a mí mismo: a lo
mejor, así, por casualidad, por pura intuición, acertaste a descubrir que, en
aquella reseña de El Hogar, Borges daba pistas sobre el lugar donde
encontró a la famosa protagonista de su poema. Y enseguida me reñía a mí mismo:
no seas bobo, sería demasiada suerte. Aunque cosas más raras me han pasado,
también es verdad. Como hace ya 20 años de todo aquello, registraba mis
recuerdos para estar seguro del todo de que no vi en algún rastreo, en alguna
biblioteca, el nombre de Matilde Urbach en la novela de Cowen. Me veía a mí
mismo la única vez que hablé 10 minutos con Adolfo Bioy Casares,
trataba de recomponer la conversación, incrustar en ella el nombre de Matilde
Urbach, pero también enseguida me volvía a reñir: el artículo era invención de
principio a fin, una ocurrencia para hacerme el gracioso y disfrazar mi
ignorancia de alta erudición y colar como estudio lo que era un chiste sin
esperar que nadie me tomara en serio
Por fin
llegó la novela. La cubierta, en efecto, es bonita. El texto, bastante
peor incluso de lo que sugiere Borges, pues si bien se presenta como
un texto de horror al que al final se le da una explicación racional ridícula,
lo cierto es que está escrito con una prisa y una falta de énfasis que parece
responder a las exigencias de la novela de kiosco -género al que por formato no
pertenece. El propio texto de contratapa parece ideado para excusar esas prisas
de la prosa: "No hay tiempo para crear atmósferas -dice- se trata de una
historia de acción". La protagonista -aquella a la que mi artículo
identificaba como Matilde Urbach- se llama Audrey. Está enamorada de un
hombre, al hombre lo matan cuatro veces, tres veces reaparece, la explicación
final que tanto decepcionó a Borges y apenas a nosotros porque ya la sabíamos,
resulta de todo punto ridícula. En ningún momento, claro, oye la frase que yo
hacía recitar a uno de sus amantes y que, en mi artículo, era el origen del
poema de Borges. Lo mejor del volumen son las bonitas ilustraciones bélicas de
Lynd Ward. Pero naturalmente todo eso es lo de menos ahora. Lo de más
es reconocer el 'fake', toda vez que, estaremos de acuerdo, un 'fake' es tanto
mejor como tal cuanto más tiempo tarde en ser reconocido como 'fake'. Se
podría decir que hay fakes que tardan mucho en ser reconocidos
como tales por la sencilla razón de que no les importa a nadie, y en eso
también estaremos de acuerdo. Pero es que Matilde Urbach sí parece importar a
borgianos profundos, como Ferré, que da por bueno el hallazgo de un borgiano
epidérmico, como yo, y desde luego debería haberle importado al propio editor
de las Obras Completas de Borges, a quien agradezco mucho que
se fiara demasiado de mí, pero a quien recomiendo que la próxima vez me
pregunte antes de engalanar con una nota a pie de página el maravilloso e
inolvidable dístico de Borges.
Juan Bonilla
Tomado de:
Ver secuencias
de publicación en este blog sobre "Matilde Urbach":
Quién era
Matilde Urbach de Juan Bonilla: Fecha 7/1/11
Quién Era
Matilde Urbach : por El Escritor Juan Francisco Ferré: 8/1/11